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La muerte tiene una suerte de efecto en donde se destaca cada bondad que hasta ese aciago momento nadie advertía.
Familiares, amigos, enemigos y hasta desconocidos se reúnen para clamar por tu alma, piden tu entrada a un paraíso, muchos de los cuales en vida experimentaban las más bajas pasiones humanas, envidiaban y hasta deseaban el estancamiento de tu desarrollo; de manera asombrosa todos tienen una anécdota que contar sobre tu vida, pasas de la desaparición fisíca a haber vivído las mil y una historias, tu muerte les enseña que lo importante es tu tránsitar humano y el bien que hayas hecho, lo material pasa a un segundo plano, eso, claro está, hasta que se acaba el ritual exequial.
La muerte convierte a un ludópata empedernido en un Chico Mendes Caribeño; el ogro termina siendo un tierno oso de felpa.
¿Y entonces por qué no nos gusta morir?